La pobreza y la desigualdad son problemas complejos, pero no inevitables. Una sociedad bien informada puede provocar la transformación económica y política que pondrá fin a la pobreza. Este blog, elaborado por el área de investigaciones de Intermón Oxfam, quiere contribuir a ese debate: proponer reflexiones e ideas sobre la globalización y el desarrollo, y escuchar lo que otros tienen que decir.

lunes, 10 de noviembre de 2008

Franklin Delano Obama

Éste es el sugerente título con el que Paul Krugman analiza en el New York Times de hoy las expectativas a las que debe hacer frente el nuevo Presidente Obama: "De repente, todo lo antiguo se convierte de nuevo en New Deal. Reagan fuera; F.D.R. [F. D. Roosevelt] dentro."

El New Deal de Roosevelt, como la Gran Sociedad de Johnson treinta años después, redefinieron el modo de entender las políticas públicas y el papel del Estado en el bienestar común. Roosevelt se enfrentó a un país deprimido con el primer gran experimento keynesiano del siglo XX. Las refomas del New Deal dieron lugar a leyes e instituciones regulatorias que transformaron el Estado: infraestructuras públicas (incluyendo un ambicioso programa de vivienda social), protección de los pequeños agricultores o garantías para el pequeño inversor y propietario. Muchas de sus reformas fueron declaradas inconstitucionales en un primer momento, pero los cambios en el Tribunal Supremo permitieron sacarlas adelante poco tiempo después.

Lyndon B. Johnson pronunció en 1964 su celebre discurso sobre la Gran Sociedad: una sociedad que no es capaz de ocuparse de los más débiles no merece ser llamada por ese nombre. Johnson -al que la Historia desgraciadamente recordará por comenzar la guerra de Vietnam- continúo el trabajo que Roosevelt había empezado y Kennedy había soñado. Bajo su presidencia, por ejemplo, se pusieron en marcha los dos programas federales de salud que hoy siguen vigentes (Medicare y Medicaid). También se aprobó la Economic Opportunity Act, que mejoró la igualdad de oportunidades en el acceso a la educación.

Obama no se enfrenta a retos menores. Más de un millón de estadounidenses han perdido ya su vivienda como consecuencia de la crisis hipotecaria; 46 millones carecen de un seguro de salud que les garantice asistencia más allá de la unidad de emergencias; doce millones de inmigrantes irregulares recuerdan el fracaso de las políticas de inmigración de los últimos veinte años. La lista es tan extensa como abrumadora.

Con la excepción de la guerra de Irak y el nuevo Protocolo de Kyoto, las prioridades de la nueva Administración serán casi completamente internas. Tengamos paciencia. Si Obama es realmente un nuevo Roosevelt estamos ante la oportunidad de cambiar el modelo de desarrollo que se ha impuesto a los países pobres durante más de tres décadas.

Gonzalo Fanjul, desde Boston

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